Todo empezó una mañana temprano, a primera hora, el sol salía tímidamente entre los edificios y filtraba una tenue luz entre las persianas a medio cerrar.
A ella le molestaba dormir a oscuras y yo, que prefería la oscuridad total en las horas de sueño, cedía a sus deseos, alguno tenia que hacerlo, y ¿porque no iba a ser yo?, al fin y al cabo lo único que pasaba era que cuando los primeros rayos de luz comenzaban a clarear la habitación, mi subconsciente se alertaba y llamaba a mi conciencia, para que esta se despertase, permaneciendo en un estado latente en la cama, hasta que llegaba la hora en que nos levantábamos o éramos despertados por los sollozos de alguno de los dos niños que teníamos; mejor dicho, niño y niña.
Hacia mucho tiempo que no era necesario poner ningún despertador, los niños siempre se despiertan temprano, a veces incluso antes de que deban despertarse.
A ella le molestaba dormir a oscuras y yo, que prefería la oscuridad total en las horas de sueño, cedía a sus deseos, alguno tenia que hacerlo, y ¿porque no iba a ser yo?, al fin y al cabo lo único que pasaba era que cuando los primeros rayos de luz comenzaban a clarear la habitación, mi subconsciente se alertaba y llamaba a mi conciencia, para que esta se despertase, permaneciendo en un estado latente en la cama, hasta que llegaba la hora en que nos levantábamos o éramos despertados por los sollozos de alguno de los dos niños que teníamos; mejor dicho, niño y niña.
Hacia mucho tiempo que no era necesario poner ningún despertador, los niños siempre se despiertan temprano, a veces incluso antes de que deban despertarse.
Ese día no había nada diferente, me levanté mientras ella dormitaba perezosamente en la cama, cogí al colo al niño que era el que se había despertado y me lo lleve hacia la cocina donde le prepare su biberón: leche, cereales, miel y cacao, bien calentito.
Lo acomodé en el sofá, mientras lo preparaba y se lo di, recibiendo una amplia sonrisa de agradecimiento...
...tenía hambre.
...tenía hambre.
Comencé a preparar el biberón de la niña; la doctora decía, que con tres años era ya hora de empezar a darle el desayuno en taza, a mi me parecía una tarea demoledora, estar mirando a la niña como tomaba de la taza y con la cucharilla y se iba ensuciando cada vez mas y mas, sin vislumbrar el final de la taza, me parecía que la mayor parte del desayuno se repartía entre el pijama, la mesa, el sofá, su hermano y el suelo. Con lo cual seguía tomando “el bibi”, succionando con placer, como ella le llamaba.
Volvió a llamarme, y le contesté, desde mi habitación, que ya iba a ir a buscarla, me encantaba coger a los niños medio dormidos cuando se levantaban de la cama porque se encuentran en un estado medio onírico, en el cual se te agarran con fuerza como si fueran monos y te abrazan cariñosamente, reconfortándote a primera hora de la mañana, ya tendrían tiempo a levantarse y prepararse el desayuno ellos, cuando fueran mayores, mientras a mi, me tocaba disfrutar de esas pequeñas cosas que los niños te dan y que debido a nuestras vidas estresadas de adultos, muchas veces olvidamos, como por ejemplo sentarte con ellos en el sofá mientras toman el bibi y darles unos besos o acariciarles la cara, rascarles la espalda…
...o leerles todas las noches un libro después de cenar.
Los primeros meses, sobre todo si son pequeños, resulta muy complicado; se levantan, preguntan, rompen el libro; pero con el tiempo, llega un día en que te das cuenta, de que se encuentran callados, totalmente receptivos, con los ojos abiertos como platos, por escuchar un cuento que ya han oído muchísimas veces, simplemente, porque el que se lo está contando, es su padre, y su mente vuela a lugares desconocidos y a momentos que se encuentran suspendidos en el tiempo. Años mas tarde, todas estas cosas les repugnarán, porque como adolescentes que son, intentan alejarse de sus padres en acto de rebeldía, ensalzando a sus amigos, e ignorando los consejos de los adultos, intentando forjar su personalidad, que hasta ese momento, sólo era incipiente.
...o leerles todas las noches un libro después de cenar.
Los primeros meses, sobre todo si son pequeños, resulta muy complicado; se levantan, preguntan, rompen el libro; pero con el tiempo, llega un día en que te das cuenta, de que se encuentran callados, totalmente receptivos, con los ojos abiertos como platos, por escuchar un cuento que ya han oído muchísimas veces, simplemente, porque el que se lo está contando, es su padre, y su mente vuela a lugares desconocidos y a momentos que se encuentran suspendidos en el tiempo. Años mas tarde, todas estas cosas les repugnarán, porque como adolescentes que son, intentan alejarse de sus padres en acto de rebeldía, ensalzando a sus amigos, e ignorando los consejos de los adultos, intentando forjar su personalidad, que hasta ese momento, sólo era incipiente.
Mientras ellos tomaban el bibi y yo estaba sentado a su lado, disfrutando de esos efímeros momentos, algo extraño sobrevoló mi cabeza; un pensamiento, algo inidentificable que me dejo un mal sabor de boca, una intuición sin ocurrencia, la cual, aún ahora, reviviendo ese momento, soy consciente de que fue el principio de todo lo que tuvo que pasar.
La verdad es que como podemos saber en donde se encuentra el principio o el punto de inflexión en el transcurrir de toda la vida, no se si podemos saberlo; pero ahora, pienso, que ese fue el momento en que todo cambió; en que algo dio la vuelta en mi vida y yo ni siquiera era capaz de discernir, ni el motivo, ni el momento, ni las consecuencias, de lo que en ese instante cambiaba a nuestro alrededor.
La verdad es que como podemos saber en donde se encuentra el principio o el punto de inflexión en el transcurrir de toda la vida, no se si podemos saberlo; pero ahora, pienso, que ese fue el momento en que todo cambió; en que algo dio la vuelta en mi vida y yo ni siquiera era capaz de discernir, ni el motivo, ni el momento, ni las consecuencias, de lo que en ese instante cambiaba a nuestro alrededor.
Lavé los bibis y preparé el desayuno para nosotros dos, mientras los niños veían dibujitos en la televisión, cuando todo estaba preparado, la llamé, y se levantó perezosamente, como siempre, de la cama. Me encantaba ver como se desperezaba, amorosamente, como necesitaba que mis besos le abrieran los ojos por la mañana, como mis caricias erizaban su piel en ese momento, como me miraba con amor en cada despertar...
...pero, de nuevo, hoy, en ese momento, la mirada no era la misma, había algo nuevo, algo diferente, ella había cambiado, por supuesto, yo no me di cuenta en ese momento, pero algo extraño nos estaba rondando, algo incomprensible para mi en ese momento, y que ahora, con los años, y el momento ya pasado, he logrado comprender...
...habían sido siete años tan maravillosos, que cuando el amor, ya no es el mismo, cuando ya no percibes esa intensidad, que te come por dentro, que deseas a esa persona cada momento de tu vida, cuando algo se rompe, no te conformas con menos.
...pero, de nuevo, hoy, en ese momento, la mirada no era la misma, había algo nuevo, algo diferente, ella había cambiado, por supuesto, yo no me di cuenta en ese momento, pero algo extraño nos estaba rondando, algo incomprensible para mi en ese momento, y que ahora, con los años, y el momento ya pasado, he logrado comprender...
...habían sido siete años tan maravillosos, que cuando el amor, ya no es el mismo, cuando ya no percibes esa intensidad, que te come por dentro, que deseas a esa persona cada momento de tu vida, cuando algo se rompe, no te conformas con menos.
Pasamos un día anodino cada uno en nuestro trabajo, un día típico en mi ciudad, en donde la lluvia, el sol, las nubes y el viento se intercalaban a lo largo de las horas, como si las estaciones se comprimieran a lo largo de un solo día, los niños en la guardería por la mañana y por la tarde con mis padres, y al llegar la noche, después de bañar y dar de cenar a los niños, nada había cambiado, y todo era diferente, dos años después, me di cuenta de que esa mañana, ya no estábamos juntos.
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