El papel de la escuela es fundamental, pero para ello deberá cumplir con ciertos requisitos mediante los cuales podrá potenciar que el alumnado tenga conflictos cognitivos que posibiliten el cambio conceptual en sentido profundo. Para ello es imprescindible que el proceso de enseñanza aprendizaje se entienda como una interacción entre lo que se le enseña al niño y sus ideas (Ausubel, 1968).
Una de las primeras cosas que debe tener en cuenta un educador es lo que Duckworth ha denominado las virtudes del no saber. Es decir, que lo importante no es dar la respuesta correcta, ya que al tratarse de un aprendizaje directo y automático no suele implicar procesos reflexivos. Por el contrario, lo verdaderamente importante es que los niños sean capaces de desarrollar ideas propias que sean mas profundas e interconectadas, sus "ideas maravillosas" (Duckworth, 1987; Strike y Posner, 1992).
Para conseguir que los estudiantes desarrollen estas ideas más profundas e interconectadas, no es suficiente con que les contemos la verdad sobre algo, tenemos que facilitar que sean ellos quienes exploren sus representaciones, quienes, se hagan sus propias preguntas y traten de comprender mejor sus respuestas.
Esto implica modificar la noción que tradicionalmente tenemos del educador, éste debe ser entendido como una especie de tutor Socrático y como un modelo de pensamiento científico (Driver, Guesne y Tiberghien, 1985; Strike y Posner, 1992). Así, el educador debería plantear situaciones de aprendizaje donde los aprendices tengan que poner a prueba sus ideas, puedan reflexionar sobre ellas y hacerse nuevas preguntas (Booth y Ainscow, 2000; Jensen, 2002).
Lo que posibilita el conflicto cognitivo y la posterior evolución de los pensamientos, no es una frase en la que se exprese un contenido correcto, , ni siquiera la presión de los hechos o la resistencia de la realidad, es el esfuerzo que hace el niño por darle sentido a lo que acontece, a lo que ve, lo que siente o piensa...
Es por ello que debemos potenciar que los niños empleen tiempo explorando todas las posibilidades de una noción determinada, aunque tarden más en avanzar a otra representación más sofisticada. Puesto que cuando avancen tendrán unos fundamentos mucho mejores y será una representación más coherente e interconectada.
Si el niño ha explorado todas las alternativas de una idea , la ha aplicado a situaciones donde no ha funcionado, si ha tenido que defenderla ante sus compañeros y se ha averiguado por qué no funcionaba, el dominio que tendrá de esa idea será mucho mayor. Por ese motivo resulta mucho mas interesante trabajar a partir de ideas erróneas así como reflexionar sobre por qué las respuestas correctas lo son, que hacerlo a partir del aprendizaje acrítico de las respuestas correctas.
Para ayudar al aprendiz a desarrollar sus propias ideas y a reflexionar sobre ellas, una de las acciones más importantes que tiene que llevar a cabo el educador es que los niños se atrevan a poner sus ideas en común, sean estas correctas o incorrectas (Driver, 1989; Duckworth, 1987). El profesor que quiere ayudar a un alumno para que avance hasta una noción más potente no tiene que tratar de suprimir o de sustituir sus ideas, sino tratar de comprender sus pensamientos y sentimientos (añadiría... y emociones) y trabajar a partir de ahí. Cuando las ideas de los alumnos sean incoherentes, y sin relación unas con otras, el profesor deberá mantener siempre un método Socrático de preguntas, que ayudan al niño a descubrir la falta de coherencia de su pensamiento y a reconstruir sus ideas de forma adecuada.
Es importante proporcionar oportunidades que puedan poner a prueba sus ideas en un conjunto amplio de situaciones, para poder solucionar otro de los problemas que se deben tener en cuenta, la generalización. Plantear la situación adecuada y formular las preguntas precisas en los momentos de transición de los alumnos puede llevar a elevar el pensamiento del niño a modo de revolución cognitiva.
Pero por desgracia para el profesor es sumamente difícil conocer cuál es el momento exacto para hacer la pregunta oportuna, sobre todo si se tienen otros 25 alumnos o más en el aula. Por ello lo mejor que puede hacer el educador es plantear situaciones sugerentes y actividades adaptadas en las que los niños tengan que poner a prueba sus concepciones. Esto nos permitirá desarrollar una educación más orientada a la acción (Jensen, 2002), generando espacios educativos en los que los alumnos pueden reexaminar sus concepciones y hacerse nuevas preguntas, de forma que se potencien los conflictos cognitivos y, por tanto, los cambios conceptuales profundos.
En resumen, lo que mejor podemos hacer como profesores es no tratar de darles la respuesta correcta, sino permitirles que ellos investiguen y discutan con sus iguales sobre sus representaciones o modelos de la realidad, sean estos ajustados o inadecuados. De esta forma, tenemos que reservar espacios para que sean los propios estudiantes quienes traten de aclarar sus pensamientos para explicárselos a los otros, y como consecuencia acabarán por verlos con mayor claridad también ellos mismos...
Psicología del desarrollo I, García Madruga y Delval, 2010. Pág. 297-300.
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