Seguro que tras leer estos párrafos que vienen a continuación, te asaltarán imágenes de personas, a las cuales adjudicarías sin duda alguna, estas definiciones, tales como muchos de los políticos que hoy nos gobiernan o nos han gobernado, para mí, el ejemplo paradigmático de este tipo de personas, sería el ex-presidente del gobierno de España, José María Aznar.
Para las personas con un "ego dominante", sólo es real lo que su ego acepta como tal; todo lo demás existente no entra en él o sólo penetra deformado por prejuicios o condicionamientos.
Viven dentro de un gran caparazón que filtra "lo externo", y en cuyo interior surgen ocasionales relámpagos mentales.
Las decisiones no resultan de razonamientos, sino de sus "visiones", es decir, de ocurrencias emergiendo como imágenes sueltas y no como fotogramas de una película, en donde uno, tras leer y reflexionar sobre la realidad, adquiere poco a poco, conocimientos que parten de razonamientos, que sería lo contrario de estas personas con "ego dominante", quienes sueltan la idea y luego intentan buscar razonamientos que verifiquen su ocurrencia.
Se creen que están dirigiendo los acontecimientos, cuando en realidad son prisioneros de si mismos, no viven en el mundo real, si no en la traducción que ellos mismos se han fabricado inconscientemente.
Si algo en la realidad externa va mal, según su propia visión, su ego diagnostica que la realidad no está a su altura y no le sigue, ahí es cuando se envuelven en desdén, y fuera de "su realidad" sólo ven "locos con alucinaciones".
Lo único bueno que les puede pasar es que la realidad acabe imponiéndose...
Transmiten seguridad halando como si tuviesen megafonía incorporada; pues, aunque no digan la verdad, hablan convencidos de que no mienten: es la palabra de su ego; la cual los que con esta personalidad, son creyentes fervorosos, verbalizan como "la palabra de Dios", la absoluta verdad que los libra de escrúpulos y de dudas, es decir, de incertidumbre y miedo.
Ellos jamás pensarán estar mintiendo, pero sus errores los pagamos los demás...
Cuando las causas no les sirven, llegan a afirmar que las causas no les importan nada, llegando a decir que es necesario "desmitificar la idea de causa", pues de lo que se trata es de actuar sobre los efectos.
Que importan las normas, las causas, los efectos; ellos están por encima de las normas, de las causas, de los efectos...
Y si ellos tienen el dinero, que en este sistema en el que vivimos, está valorado por encima de la ética, la justicia y la solidaridad humana; si dominan los medios de comunicación, fabrican su ideología, invocan dogmas, calumnian adversarios, financian educación adoctrinada y derraman tranquilizantes culturales...
...con todo esto, fomentan la indiferencia masiva.
Así la democracia, con todas estas trampas, deja de ser un gobierno por el pueblo, del pueblo y para el pueblo.
y otro que tal baila...
ResponderEliminarConocí a Ruiz–Gallardón a finales de los noventa, en casa de una pianista a la que ambos admirábamos. Él era aún Presidente de la Comunidad de Madrid y acudía de vez en cuando a las soirées musicales de Miguel y Rosa, en compañía de su mujer, Mar Utrera. Con ella hablé poco, pero lo suficiente para darme cuenta de que era bastante más inteligente y despierta que su casi siempre achispado marido.
Tengo la teoría de que Mar servía de dique de contención al delirio de Albertito. Si es cierto que esta gran mujer anda ahora delicada de salud, el desbordamiento de toda la demencia gallardoniana que estamos padeciendo últimamente podría deberse a que las mermadas fuerzas de ella ya no son capaces de poner coto a los desvaríos narcisistas de él.
Mar frenaba a Gallardón porque lo tenía calado.
Una vez fui invitado a casa del matrimonio para la presentación de la ópera Merlín, de la que es autor el tío bisabuelo de Albertito, Isaac Albéniz. Tras el concierto doméstico, durante el cual nos fueron ofrecidas algunas arias y dúos, llegaron las bebidas y los canapés. La casa de los Gallardón, en la calle Serrano Anguita de Madrid, es espaciosa y señorial (heredada, creo, de su padre) así que se formaron varios corrillos de tertulianos. Yo picoteé de flor en flor, hasta que fui a parar a un grupo compuesto por unas ocho personas, entre las que estaban, además de los dos anfitriones, Fernando Fernández Tapias y su todavía novia palentina (que no cesaba de repetir que él era un diamante en bruto, haciendo mucho más hincapié en lo de bruto que en lo de diamante) y algún que otro gorroncillo, tan insignificante que su nombre no merece el honor de figurar ni entre estas humildes líneas.
Albertito empezó a contarnos a todos, verdaderamente entusiasmado, que estaba deseando comprar o alquilar el piso de al lado, cuyo propietario había amagado en más de una ocasión con marcharse, no recuerdo ahora si a otro barrio, o directamente, al Otro Barrio.
–Me llevaría allí el piano y los discos. Sería mi pied-à-terre musical–anunció con sonrisilla pretendidamente malévola, como de personaje secundario de Las Amistades Peligrosas–, con sala de audición, para no dar la lata a mi familia.
Sonaba todo bastante razonable, pero Mar nos dio enseguida las claves de tan ambicioso proyecto marital y le desmontó el tenderete con una sola frase.
–Alberto –le respondió con comprensiva socarronería–, si quieres montarte un picadero, no se te ocurra ponérmelo en el piso de al lado. Lárgate a la otra punta de Madrid.
http://maxpradera.wordpress.com/2013/12/31/alberto-glenn-gallardon/