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viernes, 11 de septiembre de 2015

Salvador Allende... 11 de septiembre de 1973.

“Yo no salgo vivo de aquí”
...enunció Salvador Allende emboscado en el palacio de la Moneda el 11 de Septiembre de 1973.


"A las 8:45 AM, hora chilena, Salvador Allende vuelve a dirigirse a los «compañeros que le escuchan». Relata una situación cada vez más crítica. En el golpe de estado están participando la mayoría de las tres ramas del ejército y el cuerpo de carabineros. En su alocución dice no tener condición de mártir, pero sí de un luchador social que está cumpliendo la tarea que el pueblo le ha encomendado. El presidente tenía claro cual iba a ser su fin: «Si me asesinan, el pueblo seguirá el camino, quizás las cosas serán mucho más duras, más violentas, pero será una lección objetiva muy clara para las masas de que esta gente no se detiene ante nada». En un alarde virtuoso, de decencia y valentía, clama porque el proceso social no termine con su desaparición. «Permaneceré aquí en La Moneda, inclusive a costa de mi propia vida». Fue un suicidio, pero el disparo sonó como si hubiera sido fusilado, inmolado, en el paredón fascista de los traidores.

A las diez de la mañana, los tanques abrieron fuego y los cazabombarderos Hawker Hunter bombardean el Palacio de la Moneda. «Seguramente ésta será la última oportunidad en que pueda dirigirme a ustedes», dice premonitoriamente. «Mis palabras no tienen amargura sino decepción. Que sean ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron ¡Yo no voy a renunciar! Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles de chilenos no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia la hacen los pueblos». Años después, la herida sigue abierta."

Sus palabras no fueron premonitorias... 

"Tras el golpe de estado, se instauró un régimen militar autoritario de extrema derecha sangriento. Durante dieciséis años y medio, se dedicó, sistemáticamente, a violar los DDHH. Más de 35.000 víctimas de prisión y tortura, tres mil ejecutados, 1.248 detenidos desaparecidos y cientos de niños robados. 200 000 personas exiliadas y cientos de miles, ingresados en los centros clandestinos e ilegales de detención. Se limitó la libertad de expresión, se suprimieron los partidos políticos y sindicatos y el Congreso Nacional fue disuelto. Chile se convirtió en un campo de concentración."

...confirmando que en este mundo podrido, los hijos de puta, lo tienen mucho más fácil, y suelen ganar; así que debemos, no ya no hacer nada junto a ellos, sino luchar con todas nuestras fuerzas, para que estos hijos de puta no ganen en ningún momento.

Cuando en 1970 ganó las elecciones la Unidad Popular liderada por Salvador Allende, el control del cobre del país era de dos compañías extranjeras, la Anaconda Copper Mining y la Kennecott Copper. Según el propio Allende en una entrevista con una delegación de mineros canadienses ambas empresas con una inversión de 50 millones de dólares habían sacado del país más de 4.000 millones de dólares en medio siglo con una inversión mínima en el país. Esto se producía porque ambas empresas tenían dos filiales manufactureras por lo que no realizaban labores secundarias con el cobre extraído en Chile, había un mínimo retorno de inversión en Chile. Además, se produjo un brusco recorte en empleo a pesar de que la producción aumentaba de forma exponencial desde los años 50.
Salvador Allende se propuso acabar con los abusos de estas empresas mineras trasnacionales y, a pesar de una campaña furibunda de la derecha del país auspiciada y financiada por EEUU para instaurar el miedo, la nacionalización del cobre fue una realidad el 11 de Julio de 1971.


Richard Nixon y Henry Kissinger no podían permitir este ataque contra la propiedad empresarial. Ambos ya habían conspirado contra Salvador Allende en 1970 en las elecciones, como se pudo comprobar tras la desclasificación del memorándum sobre Chile dirigido a Kissinger en diciembre de 1970.
Los documentos desclasificados el 11 de Septiembre de 1998 mostraron que Richard Nixon y el premio nobel de la Paz, Henry Kissinger, montaron un proyecto de operaciones encubiertas desde el año 1970 para derrocar a Salvador Allende por cualquier medio.
Un cable enviado el 15 de Octubre de 1970 por Thomas Karamessines, director adjunto de planificación de la CIA, al jefe de dicha organización en Santiago ordenaba que Salvador Allende debía ser derrocado mediante un golpe de Estado.
La operación de EEUU para derrocar a Salvador Allende finalizó con éxito el 11 de Septiembre de 1973, cuando los militares comandados por Augusto Pinochet dieron un golpe de estado que acabó con la democracia socialista de Salvador Allende.

Con la llegada al poder de Augusto Pinochet y su régimen de terror vinieron también unas políticas de tabula rasa de todas las medidas instauradas por el gobierno democrático de Salvador Allende. Cualquier medida que tuviera algún viso de socialismo, igualdad y justicia social, fue derogada.
Salvador Allende fue el primer marxista que consiguió el poder mediante unas elecciones democráticas, no precisó de la revolución para conseguir gobernar, y una vez gobernó quiso conseguir el poder mediante la revolución. Se enfrentó a empresas trasnacionales y corporaciones empresariales del bando capitalista en unos años en los que la guerra fría y el enfrentamiento entre bandos no tenía como prioridad el respeto a las reglas democráticas. Salvador Allende alcanzó el poder con las reglas que sólo un bando le interpuso, las aceptó y ganó. Pero no fue suficiente para que el arbitro que pone las reglas aceptara el resultado.
Allende fue derrocado por poner en cuestión el dogma capitalista, la propiedad empresarial es intocable.
"Las revoluciones se producen, no se eligen; surgen, no se planifican; y con ellas cambia la sociedad humana."

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"Para matar al hombre que era un pueblo
tuvieron que quedarse sin el pueblo"
Por Mario Benedetti 

Para matar al hombre de la paz
para golpear su frente limpia de pesadillas
tuvieron que convertirse en pesadilla
para vencer al hombre de la paz
tuvieron que congregar todos los odios
y además los aviones y los tanques
para batir al hombre de la paz
tuvieron que bombardearlo hacerlo llama
porque el hombre de la paz era una fortaleza

para matar al hombre de la paz
tuvieron que desatar la guerra turbia
para vencer al hombre de la paz
y acallar su voz modesta y taladrante
tuvieron que empujar el terror hasta el abismo
y matar más para seguir matando
para batir al hombre de la paz
tuvieron que asesinarlo muchas veces
porque el hombre de la paz era una fortaleza

para matar al hombre de la paz
tuvieron que imaginar que era una tropa
una armada una hueste una brigada
tuvieron que creer que era otro ejército
pero el hombre de la paz era tan sólo un pueblo
y tenía en sus manos un fusil y un mandato
y eran necesarios más tanques más rencores
más bombas más aviones más oprobios
porque el hombre del paz era una fortaleza

para matar al hombre de la paz
para golpear su frente limpia de pesadillas
tuvieron que convertirse en pesadilla
para vencer al hombre de la paz
tuvieron que afiliarse para siempre a la muerte
matar y matar más para seguir matando
y condenarse a la blindada soledad
para matar al hombre que era un pueblo
tuvieron que quedarse sin el pueblo.

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La Trampa
Por Eduardo Galeano

Por valija diplomática llegan los verdes billetes que financian huelgas y sabotajes y cataratas de mentiras. Los empresarios paralizan a Chile y le niegan alimentos. No hay más mercado que el mercado negro. Largas colas hace la gente en busca de un paquete de cigarrillos o un kilo de azúcar; conseguir carne o aceite requiere un milagro de la Virgen María Santísima.

La Democracia Cristiana y el diario «El Mercurio» dicen pestes del gobierno y exigen a gritos el cuartelazo redentor, que ya es hora de acabar con esta tiranía roja; les hacen eco otros diarios y revistas y radios y canales de televisión. Al gobierno le cuesta moverse; jueces y parlamentarios le ponen palos en las ruedas, mientras conspiran en los cuarteles los jefes militares que Allende cree leales.

En estos tiempos difíciles, los trabajadores están descubriendo los secretos de la economía. Están aprendiendo que no es imposible producir sin patrones, ni abastecerse sin mercaderes. Pero la multitud obrera marcha sin armas, vacías las manos, por este camino de su libertad. Desde el horizonte vienen unos cuantos buques de guerra de los Estados Unidos, y se exhiben ante las costas chilenas. Y el golpe militar, tan anunciado, ocurre.

Le gusta la buena vida. Varias veces ha dicho que no tiene pasta de apóstol ni condiciones para mártir. Pero también ha dicho que vale la pena morir por todo aquello sin lo cual no vale la pena vivir.

Los generales alzados le exigen la renuncia. Le ofrecen un avión para que se vaya de Chile. Le advierten que el palacio presidencial será bombardeado por tierra y aire. Junto a un puñado de hombres, Salvador Allende escucha las noticias. Los militares se han apoderado de todo el país. Allende se pone un casco y prepara su fusil. Resuena el estruendo de las primeras bombas. El presidente habla por radio, por última vez: —Yo no voy a renunciar…

Una gran nube negra se eleva desde el palacio en llamas. El presidente Allende muere en su sitio. Los militares matan de a miles por todo Chile. El Registro Civil no anota las defunciones, porque no caben en los libros, pero el general Tomás Opazo Santander afirma que las víctimas no suman más que el 0,01 por 100 de la población, lo que no es un alto costo social, y el director de la CIA, William Colby, explica en Washington que gracias a los fusilamientos Chile está evitando una guerra civil. La señora Pinochet declara que el llanto de las madres redimirá al país. Ocupa el poder, todo el poder, una Junta Militar de cuatro miembros, formados en la Escuela de las Américas en Panamá. Los encabeza el general Augusto Pinochet, profesor de Geopolítica. Suena música marcial sobre un fondo de explosiones y metralla: las radios emiten bandos y proclamas que prometen más sangre, mientras el precio del cobre se multiplica por tres, súbitamente, en el mercado mundial.

El poeta Pablo Neruda, moribundo, pide noticias del terror. De a ratos consigue dormir y dormido delira. La vigilia y el sueño son una única pesadilla. Desde que escuchó por radio las palabras de Salvador Allende, su digno adiós, el poeta ha entrado en agonía.

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Mi pueblo ha sido el más traicionado de este tiempo
Por Pablo Neruda

De los desiertos del salitre, de las minas submarinas del carbón, de las alturas terribles donde yace el cobre y lo extraen con trabajos inhumanos las manos de mi pueblo, surgió un movimiento liberador de magnitud grandiosa. Ese movimiento llevó a la presidencia de Chile a un hombre llamado Salvador Allende, para que realizara reformas y medidas de justicia inaplazables, para que rescatara nuestras riquezas nacionales de las garras extranjeras.

Donde estuvo, en los países más lejanos, los pueblos admiraron al presidente Allende y elogiaron el extraordinario pluralismo de nuestro gobierno. Jamás en la historia de la sede de las Naciones Unidas, en Nueva York, se escuchó una ovación como la que le brindaron al presidente de Chile los delegados de todo el mundo.

Aquí en Chile se estaba construyendo, entre inmensas dificultades, una sociedad verdaderamente justa, elevada sobre la base de nuestra soberanía, de nuestro orgullo nacional, del heroísmo de los mejores habitantes de Chile. De nuestro lado, del lado de la revolución chilena, estaban la Constitución y la ley, la democracia y la esperanza. Del otro lado no faltaba nada. Tenían arlequines y polichinelas, payasos a granel, terroristas de pistola y cadena, monjes falsos y militares degradados.

Unos u otros daban vueltas en el carrusel del despecho. Iban tomados de la mano el fascista Jarpa con sus sobrinos de “Patria y Libertad”, dispuestos a romperles la cabeza y el alma a cuanto existe, con tal de recuperar la gran hacienda que ellos llamaban Chile. Junto con ellos, para amenizar la farándula, danzaba un gran banquero y bailarín, algo manchado de sangre; era el campeón de rumba González Videla, que rumbeando entregó hace tiempo su partido a los enemigos del pueblo. Ahora era Frei quien ofrecía su partido demócrata – cristiano a los mismos enemigos del pueblo, y bailaba además con el ex coronel Viaux, de cuya fechoría fue cómplice.

Estos eran los principales artistas de la comedia. Tenían preparados los viveros del acaparamiento, los “miguelitos”, los garrotes y las mismas balas que ayer hicieron de muerte a nuestro pueblo en Iquique, en Ranquil, en Salvador, en Puerto Montt, en la José Maria Caro, en Frutillar, en Puente Alto y en tantos otros lugares. Los asesinos de Hernán Mery bailaban con naturalidad santurronamente. Se sentían ofendidos de que les reprocharan esos “pequeños detalles”.

Chile tiene una larga historia civil con pocas revoluciones y muchos gobiernos estables, conservadores y mediocres. Muchos presidentes chicos y sólo dos presidentes grandes: Balmaceda y Allende. Es curioso que los dos provinieran del mismo medio, de la burguesía adinerada, que aquí se hace llamar aristocracia. Como hombres de principios, empeñados en engrandecer un país empequeñecido por la mediocre oligarquía, los dos fueron conducidos a la muerte de la misma manera.

Balmaceda fue llevado al suicidio por resistirse a entregar la riqueza salitrera a las compañías extranjeras. Allende fue asesinado por haber nacionalizado la otra riqueza del subsuelo chileno, el cobre. En ambos casos la oligarquía chilena organizó revoluciones sangrientas. En ambos casos los militares hicieron jauría. Las compañías inglesas en la ocasión de Balmaceda, las norteamericanas en la ocasión de Allende, fomentaron y sufragaron estos movimientos militares.

En ambos casos las casas de los presidentes fueron desvalijadas por órdenes de nuestros distinguidos “aristócratas”. Los salones de Balmaceda fueron destruidos a hachazos. La casa de Allende, gracias al progreso del mundo, fue bombardeada desde el aire por nuestros heroicos aviadores.

Sin embargo, estos dos hombres fueron muy diferentes. Balmaceda fue un orador cautivante. Tenía una complexión imperiosa que lo acercaba más al mando unipersonal. Estaba seguro de la elevación de sus propósitos. En todo instante sé vio rodeado de enemigos. Su superioridad sobre el medio en que vivía era tan grande, y tan grande su soledad, que concluyó por reconcentrarse en sí mismo.

El pueblo que debía ayudarle no existía como fuerza, es decir, no estaba organizado. Aquel presidente estaba condenado a conducirse como iluminado, como un soñador: un sueño de grandeza se quedó en sueño. Después de su asesinato, los rapaces mercaderes extranjeros y los parlamentarios criollos entraron en posesión del salitre: para los extranjeros, la propiedad y las concesiones; para los criollos las coimas.

Recibidos los treinta dineros todo volvió a su normalidad. La sangre de unos cuantos miles de hombres del pueblo se secó pronto en los campos de batalla. Los obreros más explotados del mundo, los de las regiones del norte de Chile, no cesaron de producir inmensas cantidades de libras esterlinas para la City de Londres.

Allende nunca fue un gran orador. Y como estadista era un gobernante que consultaba todas sus medidas. Fue el antidictador, el demócrata principista hasta en los detalles. Le tocó un país que ya no era el pueblo bisoño de Balmaceda; encontró una clase obrera poderosa que sabia de que se trataba.

Allende era dirigente colectivo; un hombre que, sin salir de las clases populares, era un producto de la lucha de esas clases contra el estancamiento y la corrupción de sus explotadores. Por tales causas y razones, la obra de que realizó en tan corto tiempo es superior a la de Balmaceda; más aun, es la más importante en la historia de Chile.

Sólo la nacionalización del cobre fue una empresa titánica, y muchos objetivos más se cumplieron bajo su gobierno de esencia colectiva. Las obras y los hechos de Allende, de imborrable valor nacional, enfurecieron a los enemigos de nuestra liberación.

El simbolismo trágico de esta crisis se revela en el bombardeo del Palacio de Gobierno; uno evoca la Blitz Krieg de la aviación nazi contra indefensas ciudades extranjeras, españolas, inglesas, rusas; ahora sucedía el mismo crimen en Chile; pilotos chilenos atacaban en picada el palacio que durante siglos fue el centro de la vida civil del país.

Escribo estas rápidas líneas para mis memorias a sólo tres días de los hechos incalificables que llevaron a la muerte de mi gran compañero el presidente Allende. Su asesinato se mantuvo en silencio; fue enterrado secretamente; sólo a su viuda le fue permitido acompañar aquel inmortal cadáver.

La versión de los agresores es que hallaron su cuerpo inerte, con muestras de visible suicidio. La versión que ha sido publicada en el extranjero es diferente. A reglón seguido del bombardeo aéreo entraron en acción los tanques, muchos tanques, a luchar intrépidamente contra un solo hombre: el Presidente de la Republica de Chile, Salvador Allende, que los esperaba en su gabinete, sin más compañía que su corazón, envuelto en humo y llamas.

Tenían que aprovechar una ocasión tan bella. Había que ametrallarlo porque nunca renunciaría a su cargo. Aquel cuerpo fue enterrado secretamente en un sitio cualquiera. Aquel cadáver que marchó a la sepultura acompañado por una sola mujer que llevaba en si misma todo el dolor del mundo, aquella gloriosa figura muerta iba acribillada y despedazada por las balas de las metralletas de los soldados de Chile, que otra vez habían traicionado a Chile.”

[Desde Isla negra, su residencia en Chile, el 14 de septiembre de 1973, Pablo Neruda escribió su dramático testimonio del 11-S latinoamericano. Luego, el 23, fallece de cáncer. Todos dicen que murió de pena.]

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La verdadera muerte de un presidente
Por Gabriel García Márquez

La contradicción más dramática de su vida fue ser al mismo tiempo, enemigo congénito de la violencia y revolucionario apasionado, y él creía haberla resuelto con la hipótesis de que las condiciones de Chile permitían una evolución pacífica hacia el socialismo dentro de la legalidad burguesa. La experiencia le enseñó demasiado tarde que no se puede cambiar un sistema desde el gobierno, sino desde el poder.

Esa comprobación tardía debió ser la fuerza que lo impulsó a resistir hasta la muerte en los escombros en llamas de una casa que ni siquiera era la suya, una mansión sombría que un arquitecto italiano construyó para fábrica de dinero y terminó convertida en el refugio de un Presidente sin poder.

Resistió durante seis horas con una metralleta que le había regalado Fidel Castro y que fue la primera arma de fuego que Salvador Allende disparó jamás.

El periodista Augusto Olivares que resistió a su lado hasta el final, fue herido varias veces y murió desangrándose en la asistencia pública.

Hacia las cuatro de la tarde el general de división Javier Palacios, logró llegar hasta el segundo piso, con su ayudante el capitán Gallardo y un grupo de oficiales. Allí entre las falsas poltronas Luis XV y los floreros de Dragones Chinos y los cuadros de Rugendas del salón rojo, Salvador Allende los estaba esperando. Llevaba en la cabeza un casco de minero y estaba en mangas de camisa, sin corbata y con la ropa sucia de sangre. Tenía la metralleta en la mano.

Allende conocía al general Palacios. Pocos días antes le había dicho a Augusto Olivares que aquel era un hombre peligroso, que mantenía contactos estrechos con la Embajada de los EE.UU. Tan pronto como lo vio aparecer en la escalera, Allende le gritó: Traidor y lo hirió en la mano.

Allende murió en un intercambio de disparos con esa patrulla. Luego todos los oficiales en un rito de casta, dispararon sobre el cuerpo. Por último un oficial le destrozó la cara con la culata del fusil.

La foto existe: la hizo el fotógrafo Juan Enrique Lira, del periódico El Mercurio, el único a quien se permitió retratar el cadáver. Estaba tan desfigurado, que la Sra. Hortencia Allende, su esposa, le mostraron el cuerpo en el ataúd, pero no permitieron que le descubriera la cara.

Había cumplido 64 en el julio anterior y era un Leo perfecto: tenaz, decidido e imprevisible.

Lo que piensa Allende sólo lo sabe Allende, me había dicho uno de sus ministros. Amaba la vida, amaba las flores y los perros, y era de una galantería un poco a la antigua, con esquela perfumadas y encuentros furtivos.

Su virtud mayor fue la consecuencia, pero el destino le deparó la rara y trágica grandeza de morir defendiendo a bala el mamarracho anacrónico del derecho burgués, defendiendo una Corte Suprema de Justicia que lo había repudiado y había de legitimar a sus asesinos, defendiendo un Congreso miserable que lo había declarado ilegítimo pero que había de sucumbir complacido ante la voluntad de los usurpadores, defendiendo la voluntad de los partidos de la oposición que habían vendido su alma al fascismo, defendiendo toda la parafernalia apolillada de un sistema de mierda que el se había propuesto aniquilar sin disparar un tiro.

El drama ocurrió en Chile, para mal de los chilenos, pero ha de pasar a la historia como algo que nos sucedió sin remedio a todos los hombres de este tiempo, que se quedó en nuestras vidas para siempre.

Septiembre de 2003, al cumplirse 30 años del golpe militar de 1973 en Chile.

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La batalla de Chile 1 - La insurreccion de la burguesia...


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Salvador Allende inmortal...
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=202913
DISCURSO PRONUNCIADO POR FIDEL CASTRO EN LA HABANA, EL 28 DE SEPTIEMBRE DE 1973, EN SOLIDARIDAD CON EL HEROICO PUEBLO DE CHILE, Y DE HOMENAJE PÓSTUMO AL DOCTOR SALVADOR ALLENDE...
http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1973/esp/f280973e.html
42º aniversario del golpe de estado fascista contra el gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende...
http://blogdelviejotopo.blogspot.com.es/2015/09/42-aniversario-del-golpe-de-estado.html?spref=tw
Tercer aniversario de la Unidad Popular por Salvador Allende...
http://www.buscameenelciclodelavida.com/2014/09/tercer-aniversario-de-la-unidad-popular.html
Salvador Allende - Y se abrirán las grandes alamedas...
Por Víctor Arrogante
Salvador Allende, víctima de una historia anunciada...
Salvador Allende, el ídolo derrocado de su pedestal de cobre. 
“Yo no salgo vivo de aquí”, fue la sentencia lapidaria que enunció Salvador Allende emboscado en el palacio de la Moneda el 11 de Septiembre de 1973...
Septiembre 11, Chile: Salvador Allende según Galeano, Neruda y García Márquez...

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